Segundo pasaje del libro "El petirrojo que no sabía volar"


Los padres alternativamente se ocuparon de llevar al nido los más suculentos gusanitos y bichitos que se encontraban por allí para que sus pequeñines creciesen y se hiciesen fuertes y sanos.
Así, poco a poco, Pitxi, Mitxi y Gruñón, fueron creciendo hasta hacerse unos bellos pajaritos, que debían permanecer en el nido hasta aprender a volar.
La Sra. Petirrojo, antes de salir a conseguir alimento, les dijo:
“Yo volveré en 10 minutos, mientras esté fuera estaros quietitos, descansando. Portaos bien ya que después de comer, cuando tengáis fuerzas en las alas, vais a recibir vuestra primera lección para aprender a volar”
Y así lo hicieron, ella se fue y ellos obedientes hicieron aquello que su mamá les había dicho. Los tres pajaritos estuvieron en el nido quietecitos y observando lo que hacían los habitantes de la granja.
Desde allí oían las voces de José y su mujer Conchita, con las que estaban familiarizados desde que nacieron. Sobre todo, la voz de hombre les tranquilizaba mucho.
Desde su atalaya y mientras esperan la aportación de Papá Petirrojo que también contribuye a la alimentación de la familia, ven a Conchita sembrando en la huerta con su vestido rojo y su delantal azul.
Desde allí podían darse cuenta del cariño con el que hacía las cosas, tanto si sembraba como si podaba, todo lo hacía con cariño.

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